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Ana Sedeño-Valdellós, Ana Alicia Balbuena Morilla
La convergencia de medios en los órdenes
tecnológico, social y económico, permite difun-
dir y reparte los mensajes, lo que produce su
fragmentación y su ampliación y expansión. La
producción colaborativa y de las comunidades
fandom y productores amateurs multiplica los
contenidos de las plataformas y permite con-
tinuar con la competencia creciente entre ellas
(Ballon y Evens, 2014).
La transmedialidad, la estrategia de contar his-
torias en diversas direcciones y medios, tiene
diversas posibilidades que amplican el hori-
zonte de las historias. Entre ellas, el storytelling
supone un relato presentado a partir de imáge-
nes, palabras y sonidos, lo que ayuda a enten-
der la dimensión multimodal (Rosales-Statkus
y Roig-Vila, 2017) y “combina el arte de contar
historias con una mezcla de medios digitales,
incluyendo texto, imágenes, audio grabado, na-
rración, música y video” (Robin 2016, p. 18).
La industria discográca y musical ha desarro-
llado una rápida adaptación a las nuevas con-
diciones culturales en todas sus fases de crea-
ción, consumo y recepción (Garland, 2020).
Desde su nacimiento en los años cincuenta,
los proyectos musicales tienden a relacionar-
se con los textos visuales, como modo de ex-
pandir sus soportes de escucha y promoción:
de ahí nacieron los programas de televisión,
el cine juvenil rock y, más tarde, el videoclip.
Estos formatos han sido objeto de algunos es-
tudios desde la perspectiva transmedia (Fend-
ler, 2022; Parahoo, 2020; Melzer, 2021). Como
formato propenso a innovaciones, está sujeto
a una especialización por géneros y a la mo-
dicación hacia formas híbridas. De hecho, la
industria musical ha realizado un giro hacia el
video -visual turn- (Holt, 2011), que se ha con-
vertido en un formato de escucha de la música.
Las redes sociales han acrecentado esta ten-
dencia: el vídeo de corta duración se ha conver-
tido en el formato más compartido y viralizado
en redes sociales, en donde conuye, además,
la mediación de contenidos provenientes de
diversos contextos. La música y los responsa-
bles de producirla y distribuirla (discográcas,
managers, empresarios de conciertos) son
conscientes de que su labor va más allá de la
creación musical. Los mismos músicos se ven
obligados a realizar una gama extraordinaria
de tareas, y a renegociar su apariencia en diver-
sos contextos, géneros y productos mediáticos
(Jost, 2019).
Los artistas musicales construyen una imagen
de totalidad que se compone de la suma y
acumulación de mensajes provenientes de le-
tras y música del proyecto musical (contenido
principal), la parte performativa (conciertos), los
medios tradicionales y los nuevos medios (re-
des sociales, medios online). De esta manera,
aumenta la capacidad transmedia de la indus-
tria de la música contemporánea y genera va-
lor tanto cultural como económico (Brembilla,
2019).
Desde la sociología de la música popular, se
ha llamado a la percepción general sobre un
artista musical como texto-estrella (Goodwin,
1992), parafonografía (Lacasse, 1997) o meta-
narrativa (Gare, 2017). Más recientemente, el
concepto de “musical personae” de Auslander
(2019) y Arne (2019) da forma a esta idea de
construcción identitaria completa por parte de
los músicos, de cómo se realiza una gestión
comunicativa de naturaleza e inspiración trans-
media. Esta tiene, sin embargo, precedentes
en guras históricas transversales como David
Bowie, Madonna o Michael Jackson. Todos ellos
son prototipos de una habitual exploración de
la autenticidad que ha condicionado la estética
de la música popular. Como dice el sociológo
Frith (2001), la buena música es expresión au-
téntica de algo y de alguien.